En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque siempre decía que era la más veloz. Por eso, constantemente se burlaba de la lenta tortuga.
«¡Miren a la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan lento!» decía la liebre riéndose de la tortuga.
Un día, decidieron hacer una carrera entre ambas. Todos los animales se reunieron para verlos. Se señaló el camino y la meta. Una vez listo, comenzó la carrera entre grandes aplausos.
La liebre corría veloz como el viento, mientras que la tortuga iba despacio, pero, eso sí, sin detenerse. Enseguida, la liebre se adelantó mucho.
Se detuvo al lado del camino y se sentó a descansar. Cuando la tortuga pasó a su lado, la liebre aprovechó para burlarse de ella una vez más. Le dio ventaja y luego reanudó su veloz marcha.
Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, la tortuga siguió caminando sin detenerse.
Confiada por su propia velocidad, la liebre decidió tumbarse a dormir bajo un árbol.
Pero, pasito a pasito, la tortuga avanzó hasta llegar a la meta. Cuando la liebre se despertó, corrió con todas sus fuerzas, pero llegó tarde. La tortuga había ganado la carrera.
Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una lección que no olvidaría jamás:
Moraleja del Cuento de la Liebre y la Tortuga: La perseverancia y la constancia son más importantes que la velocidad.