Esta es la historia de Juancho, un gran oso negro al que le gustaba mucho dormir. Juancho, el oso, no desperdiciaba un momento para recostarse junto a un árbol o lanzarse sobre la verde grama para tomar una buena siesta. Vaya, está muy listo. Un día, tomé mi primera fiesta para celebrarlo, y así, entre celebración y celebración, el oso Juancho pasaba casi todo el día durmiendo. De vez en cuando, abría los ojos y veía que sus otros amigos osos se movían de un lado a otro, registrando panales para obtener la miel, buscando frutas y otros alimentos, y llevando todo eso de vuelta a sus oscuras cuevas. Juancho los veía y pensaba: «Qué tontos son mis amigos los osos. No se dan cuenta de lo placentera que es la vida aquí, debajo de los árboles, disfrutando del paisaje, mientras ellos tanto se afanan buscando de aquí para allá».
Un día, como siempre, Juancho dormía una de sus largas siestas y comenzó a sentir un frío terrible, como si se metiera por su grueso pelaje y llegara hasta los huesos. Al abrir sus ojos, el panorama que siempre había visto había cambiado: todo estaba blanco y cubierto de nieve, y las ramas de los árboles ya no tenían frutos ni hojas. Asustado, se levantó y corrió en todas direcciones, buscando su lugar de descanso, pero nadie respondía, nadie, excepto un conejo que, a lo lejos, salió detrás de un árbol y le preguntó qué pasaba.
«¿No escuchaste que llegaría el invierno? Todos los animales hemos recogido durante semanas nuestra comida, hemos arreglado nuestras casas y nos hemos preparado para soportar este tiempo que viene. ¿Acaso tú no sabías nada?»
«No, no, no», dijo Juancho, «creo que estaba durmiendo cuando eso pasaba, y ahora te voy a hacer caso». El conejo le recomendó que tocara las puertas de algunas cuevas cercanas para pedir a sus vecinos algo de techo y comida mientras pasaba el invierno. Fue así como Juancho, el oso, fue de cueva en cueva. Varios vecinos le procuraron algo de comida, otros le dieron cobijas e incluso una noble familia de osos cercana a él le permitió que durmiera en su cueva mientras pasaban esos fríos días.
Pero Juancho no podía dormir, tenía miedo de que algo sucediera mientras soñaba, así que día y noche colaboraba arreglando las cuevas, sacando la nieve y haciendo otras tareas. Cuando pasó el invierno, el oso había aprendido que trabajar era en realidad divertido y que no toda la vida se puede pasar solamente durmiendo. Comenzó a arreglar una cueva para él y, al igual que sus compañeros, se preparó para el año llevando mantas, cobijas, miel y alimentos para él y sus amigos.
Cuando llegaban las noches, Juancho estaba realmente extenuado, y cuando dormía, lo hacía plácidamente, porque para Juancho, ahora, el sueño tenía un nuevo valor: recuperarse para la jornada siguiente. «Lo oyes, ya se quedó dormido otra vez.»