CUENTOS CORTOS CON ENSEÑANZA
El día de plaza, muy temprano, se instaló don Ricardo en un rincón con el caballo pinto, que ya estaba viejo y amolado; lo acompañaba su hijo menor, un chiquillo de ocho años. Apenas empezó el movimiento de gente, el pequeño empezó a relinchar, lloraba con tanta tristeza que un señor que pasaba se detuvo, asustado, a preguntarle qué le sucedía.
-Ni se lo imagina señor –contestó don Ricardo -. La mala suerte nos cayó encima. Mi esposa está enfermísima, estoy sin trabajo desde hace prácticamente tres meses y con lo cara que está la vida no me queda más remedio que vender el caballo. De ahí que llora mi hijo, por el hecho de que perderá a su leal compañero.
Y mientras que don Ricardo charlaba, el pequeño lloraba y lloraba y en la mitad de sus lágrimas se lamentaba:
-¡Uy mi pobre caballo! ¡Ahora quién me va a acompañar a la escuela!.
-¿Y es bueno el caballo? –preguntó el señor, mirándolo con falta de confianza.
-Excelente –contestó don Ricardo- y por la necesidad seguro tendré que darlo por cualquier precio.
Al oír esto, el señor creyó ver la ocasión de hacer un buen negocio y preguntó: -¿Cuánto pide por el caballo?
-Mil pesos –contestó don Ricardo.
-Está carísimo –dijo el señor-. Se ve muy flaco y está lleno de garrapatas.
-Ah, ni se imagina lo manso y lo bueno que es. Si en la escuela todos y cada uno de los pequeños lo quieren y hasta le dan de comer en la mano, ¿verdad mi hijito?

El pequeño no pudo responderle. Estaba ahogado en llanto. Por último se hizo el trato y el señor se llevó el caballo.
En la semana siguiente, los dos hombres se volvieron a ver en la plaza. Apenas vio a don Ricardo, el señor le siguió y don Ricardo no hacía más que descabullirse. Al fin, el señor le alcanzó y le dijo:
-Aguárdeme, deseo charlar con usted…
Don Ricardo, que no tenía la conciencia muy tranquila, y le dijo nerviosamente: -A mí no me venga a reclamar nada. Un trato es un trato. Como afirman por ahí, al hombre por la palabra y al buey por los lazos.
-Don Ricardo… y por qué razón se pone de esta manera, si no vengo a reclamarle nada –repuso el señor-. Vengo a proponerle un trato.
-¿Un trato? ¿Qué clase de trato?
Présteme al niño para poder ver si logro vender ese caballo.
Don Ricardo había vendido un caballo viejo y enfermo. Utilizó a su hijo para convencer a su cliente. Sabía muy bien lo que había hecho y no podía darle la cara a su comprador.
Siempre que hemos cometido un acto indebido, como negocios ilegales o enriquecimiento ilícito, la conciencia no nos deja tranquilos; nos quita el sueño, se activa el remordimiento y entonces aparece en nosotros la culpa que se hace cada vez más pesada.
El remordimiento de conciencia nos quitará la paz y nos dará una pobreza espiritual; y mientras no nos liberemos de esa carga, será difícil agarrar vuelo para emprender cualquier proyecto en nuestras vidas.